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«Mirando razonablemente al común de los hombres, la soledad tiene sus ventajas, porque nos protege contra el desánimo, es decir, no pone en contacto con nosotros mismos. Por de pronto, la mayoría de la gente pasan la vida sin haberse enfrentado lealmente consigo mismo, en la profundidad de su ser, para reconocer con los ojos abiertos sus propias debilidades, para ponderar su formidable potencialidad humana, y al mismo tiempo medir su multiforme capacidad de organizarse para futuras empresas.

La soledad es puerta abierta para el discernimiento, condición para renovar la esperanza y la vitalidad, al mismo tiempo que da respuestas que nadie puede dar, y descubrir nuevos valores y nuevos caminos. Aceptándose como es, apreciándose tal como es, se hace independiente de cualquier contingencia, y la soledad deja de ser opresiva. No tiene miedo. No se enoja consigo mismo. No necesita de ruido y compañia para salir de sí mismo, de su ambiente interior. Para poder amar, debemos amarnos a nosotros mismos. No se está solo con quien se ama. Amándonos, estamos seguros de que otros pueden también amarnos. Se acaban los complejos de inferioridad, la autocompasión, que se agraca con el correr de los años. Entonces descubrimos que somos amables, capaces de agradar, de inspirar simpatía y capaces de hacer amistados sinceras y verdaderas.

Dios, sólo Dios puede amanecer sobre la noche solitaria. Sólo Dios puede llegar hasta la última soledad, a inundar nuestris valles interiores de corrientes sonoras y frescas. Dios es la presencia pura y amante que envuelve, abraza, compenetra y configura la noche de la soledad. Lo importante es que el ser humano en su contingencia y precariedad, quede abierto, amoroso y sosegadamente en Él, compenetrado, identificado.

Dejemos a un lado el temor de asomarnos a nuestro interior, y afrontemos la necesidad de saber como somos. Nuestras ilusiones y ambiciones, limitaciones y miedos, cómo nos vemos. Tenemos que establecer nuevas relaciones viendo qué personas nos convienen y cómo contactar con ellas. Tenemos bastante más encanto de lo que creemos. Tenemos suficiente capacidad para hacer felices a muchas personas que están a nuestro derredor. ¿Condición?. Abrir las puertas de la confianza.

La soledad se supera con la comunicación. Si pasamos la vida construyendo puentes en lugar de muros, si abrimos ventanas al mundo, y no nos encerramos en una celda tapizada de espejos en que sólo nos vemos a nosotros mismos, no tenemos por qué temer la soledad. Hay personas solitarias. Vamos a buscarlas. Aliviando el peso ajeno, aliviaremos el nuestro, y poblaremos muchas soledades».

De:
«Las fuerzas de la decadencia»
Ignacio Larrañaga