Archivo de abril, 2012

«Mirando razonablemente al común de los hombres, la soledad tiene sus ventajas, porque nos protege contra el desánimo, es decir, no pone en contacto con nosotros mismos. Por de pronto, la mayoría de la gente pasan la vida sin haberse enfrentado lealmente consigo mismo, en la profundidad de su ser, para reconocer con los ojos abiertos sus propias debilidades, para ponderar su formidable potencialidad humana, y al mismo tiempo medir su multiforme capacidad de organizarse para futuras empresas.

La soledad es puerta abierta para el discernimiento, condición para renovar la esperanza y la vitalidad, al mismo tiempo que da respuestas que nadie puede dar, y descubrir nuevos valores y nuevos caminos. Aceptándose como es, apreciándose tal como es, se hace independiente de cualquier contingencia, y la soledad deja de ser opresiva. No tiene miedo. No se enoja consigo mismo. No necesita de ruido y compañia para salir de sí mismo, de su ambiente interior. Para poder amar, debemos amarnos a nosotros mismos. No se está solo con quien se ama. Amándonos, estamos seguros de que otros pueden también amarnos. Se acaban los complejos de inferioridad, la autocompasión, que se agraca con el correr de los años. Entonces descubrimos que somos amables, capaces de agradar, de inspirar simpatía y capaces de hacer amistados sinceras y verdaderas.

Dios, sólo Dios puede amanecer sobre la noche solitaria. Sólo Dios puede llegar hasta la última soledad, a inundar nuestris valles interiores de corrientes sonoras y frescas. Dios es la presencia pura y amante que envuelve, abraza, compenetra y configura la noche de la soledad. Lo importante es que el ser humano en su contingencia y precariedad, quede abierto, amoroso y sosegadamente en Él, compenetrado, identificado.

Dejemos a un lado el temor de asomarnos a nuestro interior, y afrontemos la necesidad de saber como somos. Nuestras ilusiones y ambiciones, limitaciones y miedos, cómo nos vemos. Tenemos que establecer nuevas relaciones viendo qué personas nos convienen y cómo contactar con ellas. Tenemos bastante más encanto de lo que creemos. Tenemos suficiente capacidad para hacer felices a muchas personas que están a nuestro derredor. ¿Condición?. Abrir las puertas de la confianza.

La soledad se supera con la comunicación. Si pasamos la vida construyendo puentes en lugar de muros, si abrimos ventanas al mundo, y no nos encerramos en una celda tapizada de espejos en que sólo nos vemos a nosotros mismos, no tenemos por qué temer la soledad. Hay personas solitarias. Vamos a buscarlas. Aliviando el peso ajeno, aliviaremos el nuestro, y poblaremos muchas soledades».

De:
«Las fuerzas de la decadencia»
Ignacio Larrañaga

» El equilibrio interior comienza cuando la persona aprende a saber estar consigo misma, no limitándose a hacer algo como leer, escuchar radio o ver televisión, sino simplemente estando a solas consigo, introspectivamente, asomándose al interior, este interior tan huidizo y tan poco explorado por temor a o que podamos encontrar. Esos momentos de armonía y paz nos sirven para abrir la mente y entrar en contacto con lo desconocido y sublime que hay dentro de nosotros. He aquí el ideal: confiar en nuestro interior, vivir en armonía con nuestro yo, mantenernos serenos y relajados, Esta soledad deseada nos aportará respuestas a muchos interrogantes de la vida, y no revelerá la falacia de nuestros temores. Para enfrentar el miedo a la soledad, tenemos que comenzar por colocar nuestro yo  en el centro y transformar la soledad en una fuente de bienestar, esto es, en una soledad poblada por nuestra propia presencia, liberándonos de ese estado de nostalgia que no es otra cosa sino que una añoranza inútil de lo perdido, lo que pertenece al pasado, aquello que no existe. Lo que importa es transformar la soledad en un estado de goce, creatividad meditación: en una palabra, en plenitud, en una soledad habitada. Es necesario tener momentos periódicos de soledad en la vida cotidiana, momentos de aislamiento en relación con otras personas, y para ello se requiere disciplina para aislarse sistemáticamente en busca de esa soledad deseada y fecunda.»
De:
«Las Fuerzas de la Decadencia».
Ignacio Larrañaga.

«La enfermedad me ha enseñado a confiar en mí mismo; a tomar conciencia de mis propias fuerzas, a solidarizarme con mis resortes más profundos, a conectar con mis energías desconocidas, a luchar contra la enfermedad sin desfallecer, a mantener el buen ánimo, a valorar el don de la vida y recibirlo como una tarea.

La enfermedad me enseñó a intensificar la orientación fundamental de la vida como amor, entrega, donación. La enfermedad ha sido también la ocasión para olvidarme de mí mismo, para no estar dependiendo de mí para descentrarme.

La enfermedad me enseñó a asumir la debilidad sin miedo, sin traumas, sin angustias pusilámines. ¡Somos así: somos también enfermos!.

Me enseño a vivir al enfermedad con normalidad, procurando no crear más situaciones excepcionales que las necesarias. No volverse mimoso, impertinente ni acaparador. Dejarse cuidar con sencillez.

Me enseño a liberar a los demás de estar pendientes de mí, en cuanto a la preocupación, atención, visitas, teléfono. A vivir la presencia solidaria de los otros a distancia, sabiendo que la enfermedad la vive cada uno solo y desde dentro.

Me enseñó a superar el espíritu burgués y elitista de que, cuando se trata de uno mismo, hay que buscar lo mejor: el mejor médico, la mejor atención, la máxima seguridad. Aceptar el médico que me toca como le ocurre a todo el mundo.

La enfermedad me enseño a confiar en los médicos; ponerme en sus manos sin dudar, con docilidad, en silencio, sin preguntar, sin protestar, dejando hacer y haciendo lo que me mandan.»

De:
<<Creer desde la noche oscura>>
J. Burgaleta